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Renace en Colombia la emblemática revista Cambio


Una de las fundadoras de 'Cambio16' Colombia, semanario convertido después en esa revista 'Cambio' que pasó a manos del premio nobel de literatura, Gabriel García Márquez, narra la historia de esa publicación que dejó huella en el periodismo colombiano.

—“¡Maestro, lo llama Bill Clinton!”, gritaba un día Lucy Díaz, (q.e.p.d), la secretaria de redacción de Cambio. O <— “maestro, lo llaman del Vaticano”, vociferaba otro. Esos gritos de Lucy eran normales cuando Gabriel García Márquez estaba en la revista, recuerda Bernardo Alberto Peña, fotógrafo que ingresó a Cambio16 Colombia desde su fundación, el 14 de junio de 1993, fecha en la que se inauguró la versión colombiana de la legendaria Cambio16 española, semanario que fue decisivo en la lucha contra la dictadura del general Francisco Franco, y que fue fundado en 1971 por el gran periodista español Juan Tomás de Salas.

Según un reporte de Patricia Lara Salive para Cambio Colombia, Juan Tomás, quien había recibido la nacionalidad colombiana y tenía en la planta de redacción de Cambio16 a dos destacados periodistas colombianos, Antonio Caballero y Daniel Samper Pizano, decidió empezar por Colombia su proyecto de fundar Cambio16 en los distintos países de América. Para ello, se asoció con el banquero venezolano Nelson Mezerhane y creó la empresa Inrevisa América, la cual conformó con socios colombianos la compañía Inrevisa Colombia, dueña de Cambio16 Colombia.

En una casa en la calle 106 con 19, que se inundaba cada vez que diluviaba, nació esta revista, dirigida primero por Darío Restrepo y asesorada por Daniel Samper Pizano. Al comienzo, se hacía, parte en Colombia y parte en España: en esa época, cuando no existía internet, las azafatas de Avianca o de Iberia transportaban cada semana un disco óptico que traían de Madrid y que contenía la información internacional, de cultura y de sociedad que producía Cambio16 España, y que en Bogotá, editores expertos, como Héctor Rincón, Eduardo Arias o Germán Hernández, convertían al colombiano, de modo que cambiaban las palabras puzzle por rompecabezas y costes por costos. Y el jefe de producción, Henry Moya, se encargaba de que el producto pareciera una unidad sólida, impecable.

Cambio16 Colombia, desde un principio, publicó chivas y grandes reportajes presentados de manera original: en su primera edición, sacó una carátula que anunciaba una entrevista explosiva con el presidente César Gaviria, ilustrada con una fotografía suya en un ridículo atuendo de ciclista, con chaqueta, camiseta, medias y casco de colorines. En la segunda reveló las andanzas de Roberto Soto Prieto, quien mediante un sofisticado sistema le robó 13,5 millones de dólares al Banco de la República. Después, imprimió una  carátula titulada “Mi nombre me sabe a hierba”, ilustrada con una foto del destacado dirigente gremial, Carlos Ossa Escobar, con un cacho de marihuana en la mano, pues él había sido detenido en la aduana con una dosis de cannabis entre el bolsillo, episodio que le generó una profunda depresión. Más adelante, Cambio Colombia publicó la primera entrevista que el jefe paramilitar, Carlos Castaño, le dio a medio de comunicación alguno, realizada por la periodista María Cristina Caballero. Y en enero de 1995 sacó una portada sobre unas misteriosas camisetas impresas en Litofarallones, una imprenta del Cartel de Cali, que dio inicio al proceso 8.000 y destapó el escándalo del ingreso de dineros del Cartel de Cali a la campaña del presidente Ernesto Samper.

Para entonces, el gerente de Cambio16 Colombia era el inolvidable Guillermo Cortés, La Chiva, que con su sentido del humor gritaba por los corredores “acción, acción”, y ponía apodos magistrales: a Juan Tomás de Salas lo llamaba el Rey León y a mis hijos, María de 5 años y Federico de 3, que correteaban por la oficina cuando salían del colegio, les decía los Palestinos porque, como ellos, que no tenían patria, los míos parecía que no tuvieran casa.

Segunda etapa

Eduardo Arias era, en esa época, el director de la revista. En ese momento ya se preparaba el tránsito a la segunda etapa de Cambio16 Colombia, en la que la mayoría de la empresa quedó en mis manos. Entonces nombré consejero editorial al periodista Eligio García Márquez. Y fue a partir de ese momento cuando el hermano mayor de Eligio, el premio nobel de literatura, Gabriel García Márquez, empezó a tener una enorme injerencia en la revista. Para fortuna nuestra, Gabo era entonces una especie de director en la sombra.

“Era normal que él llamara desde La Habana, Japón o Europa a sugerir temas o a pedirnos ayuda a los dateros, como nos decía”, recuerda Nelson Freddy Padilla, hoy editor dominical de El Espectador.

Y Andrea Varela, quien hoy vive en Buenos Aires, cuenta que “cuando Gabo llegó, les dijo a los periodistas: 'Quiero que me busquen, quiero que me jodan, voy a dejar la puerta de la oficina abierta para que aparezcan allá con sus textos, quiero ayudarlos a editar'. Fue tan así, agrega, que escribí con él una portada de la visita del papa Juan Pablo II a Cuba: Gabo, desde La Habana, me pasaba los datos por teléfono. Yo escribía el texto, se lo enviaba por fax y él me lo devolvía con las correcciones”.

“Y cuando Tirofijo le dejó la silla vacía a Pastrana en el Caguán”, dice Andrea, “Gabo se enteró de que esa noche el presidente había comido con el alto comisionado de paz y un pequeño grupo en la Zona Rosa. Entonces hizo que su carro y su chofer me llevaran al restaurante, y dejando ver su obsesión por el detalle, me dijo: ‘Tu misión es averiguar qué comió cada uno y, sobre todo, quién pagó la cuenta’. Toda esa información la quería solo para publicar cinco líneas en la sección Secretos”.

Pero no todo era trabajo: Armando Neira, hoy editor político de El Tiempo, recuerda cómo una día en que él y Eduardo Arias habían ido a Cartagena para asistir a uno de los talleres de la fundación, y le llevó a Gabo una revista impresa para que él, de su puño y letra, la corrigiera, el maestro los invitó a tomarse en la playa un whiskey antiquísimo que le había regalado un rey, y acabaron oyéndolo recitar de memoria poemas de Borges hasta el atardecer.  “Es un recuerdo muy poético”, dice Armando. “Gabo, en la playa, con la revista en la mano, contento, ya prendido, hablando de periodismo y poesía”.

Sin embargo los periodistas de Cambio16 Colombia, revista que después bautizamos Cambio, a secas, no solo tuvieron el privilegio de que los formara Gabo en persona. También los grandes maestros de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, hoy Fundación Gabo, creada por García Márquez y dirigida desde entonces por Jaime Abello, con la que teníamos un acuerdo de colaboración, nos impartieron talleres: Tomás Eloy Martínez, Miguel Ángel Bastenier, Alma Guillermo Prieto, Jon Lee Anderson, todos estrellas del periodismo del continente y de España, influyeron en la formación de esos jóvenes que conformaban el gran equipo de Cambio, el cual en algún momento estuvo dirigido también por la periodista María Elvira Bonilla, y del que hizo parte, como columnista y escritor, el inolvidable Antonio Caballero, y en el que debutó como columnista el también inolvidable humorista asesinado, Jaime Garzón.

Pero en estos años, entre 1995 y 1999, no todo fue color de rosa: si bien la revista era un éxito desde el punto de vista editorial, y era un placer dirigirla, no obstante los inmensos esfuerzos de Rodrigo Camargo, gerente comercial, los ingresos por publicidad no eran suficientes. De modo que se fue generando un déficit que me estaba llevando a la ruina.

Entonces, el primero de enero de 1999, les vendí la revista a Gabo y a su esposa, Mercedes Barcha, quienes aportaron el 51 por ciento del capital de una empresa que se llamó Abrenuncio, como uno de los personajes de la novela de Gabo, El amor y otros demonios, y de la que hicieron parte los periodistas Roberto Pombo, María Elvira Samper, Ricardo Ávila, Edgar Téllez, una empresa de Pilar Calderón y su marido, Juan Fernando Posada, y Mauricio Vargas, quien fue director de Cambio, mientras que Roberto y María Elvira eran los editores.


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