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Juan Carlos Buitrago Arias: Sobredosis de neurosis colectiva | Colombia


Por: Juan Carlos Buitrago Arias | Opinión

Las2Orillas

Esta semana de poselecciones legislativas, los colombianos quedamos atrapados en una especie de sobredosis de neurosis colectiva, que como es natural y según los especialistas, alimenta el miedo, la ansiedad y la incertidumbre, y en nuestro caso, sobre lo que pueda pasar con el futuro inmediato de la nación. No obstante, estÔ de por medio lo que podría considerarse algún aliciente, que corresponde al altísimo nivel de tolerancia, paciencia y resiliencia de nuestros connacionales, testigos, espectadores y muchos protagonistas sin opción, de un caos presente en nuestras vidas, que se acumula y crece cada día, producto de episodios vergonzosos e indignantes, de la abrumadora y endémica desinformación y descalificación a través de las redes sociales, de la irresponsable especulación mediÔtica, y del cada vez mÔs constante y desafortunado amarillismo de los medios de comunicación, por cuenta del rating y de los consabidos intereses partidistas, que han sometido la independencia periodística.

Los hechos son irrefutables y la información es evidente: la fuga del extraditable alias Matamba a escasas dos semanas del escÔndalo protagonizado por Carlos Mattos en La Picota y que reafirman el fallido sistema penitenciario y carcelario; la confesión en instagram de un joven estudiante que fue jurado de votación y afirmó abiertamente haber cometido fraude electoral; la súbita y agresiva irrupción con un manifiesto anarquista, en plena eucaristía en la catedral primada de Colombia, por parte de alias Simona y su grupo de vÔndalos vinculados con la primera línea y los escuadrones azules; y de suma gravedad para la democracia, las irregularidades y denuncias de fraude, nunca antes vistas, en un conteo de votos en la historia reciente del país, que tiene en el ojo del huracÔn a la Registraduría, hasta ahora una de las instituciones mÔs respetadas y con mayor confianza del Estado.

Lo ocurrido esta semana en Colombia es muy grave para el estado social de derecho, y ahonda la incertidumbre de cara a las elecciones presidenciales. Los colombianos han soportado por años, con actitud democrÔtica y extrema paciencia, continuos escÔndalos de corrupción, la violencia indiscriminada del terrorismo y el asedio constante de la criminalidad; guardando, la siempre esperanza y optimismo de lograr pronto un mejor país, e idóneos y eficientes gobernantes. Sin embargo, la neurosis colectiva estÔ tocando techo, pués solo faltaba un escenario de grave sospecha de fraude en un certamen electoral, y asi ha pasado. La indignación nacional por la aparición súbita de 500.000 votos, extrañamente adjudicados, todos ellos, a un solo partido, o es prueba de improvisación y pésima planificación y organización electoral; o es una alteración provocada de resultados para favorecer a un sector político; es decir, un fraude. Lo que no estÔ claro.

Y es aquĆ­, donde los lĆ­deres nacionales tienen la Ćŗnica y mayor responsabilidad de un caos sin precedentes. Son el reflejo de una clase en decadencia, en crisis, que obliga el renacimiento de nuevas generaciones para que asuman y ejerzan un liderazgo diferente, con carĆ”cter, incluyente, decente y honesto, con sabidurĆ­a y Ć©tica, y no como se ha promovido y se ha constatado, con el sello espurio de la rebeldĆ­a y el uso de la violencia, la anarquĆ­a, el atropello a la autoridad y el irrespeto a las instituciones; este no es el grito de la juventud excluida, es una falacia. Este fallido liderazgo, avizora un futuro turbio de nación, ensombrecido de pĆ”nico, con protagonistas que exacerban venganza, odio y resentimiento social, que realmente asusta. ¿En quĆ© momento hemos llegado a este punto? ¿Por quĆ© muchos quieren salir huyendo del paĆ­s? Esto es lo que hay que evitar.

La confianza y credibilidad de los colombianos en sus líderes y en las instituciones estÔ por el suelo, y se ahonda en era electoral cuando presenciamos debates cargados de agresión, mentiras y tibias promesas. La estrategia de debatir atacando al contrincante, independientemente de la orilla en que se encuentren, es mÔs efectista que efectivista, marca el superficialismo, solo mueve y cautiva pasiones y fanatismos, es una carreta vacía que solo hace bulla, sin contenido programÔtico, que resta a la esencia, es agobiante y alimenta la incertidumbre. Este no puede ser el talante de quienes estÔn llamados a dirigir los destinos de la nación.

Inteligencia emocial, sabiduría honesta, razón coherente y genuina sensatez, son requisitos para un civilizado debate nacional; donde los medios de comunicación no sean juez y parte, que le permitan al ciudadano acceder a información neutral, ejercer con conocimiento, autonomía y libertad interior el derecho constitucional a deliberar y elegir; que bloquee la desinformación que abunda a través de chats, memes, redes sociales, influenciadores negativos y el amarillismo informativo. Todo esto menoscaba nuestra autenticidad, limita la creatividad, y sesga nuestro pensamiento, opiniones y decisiones.

Lo que hemos vivido luego de las elecciones legislativas, es una sobredosis de adrenalina negativa, que potencia la neurosis colectiva de los colombianos, y que así no se quiera, obliga fijar nuestra mirada hacia un infinito incierto. Razón tiene el escritor Fernando Savater en su libro Etica de Urgencia, cuando sugiere la necesidad de recuperar la confianza en el poder del diÔlogo para convencer y avanzar, sobre todo en los jóvenes, que son los que próximamente heredarÔn las responsabilidades del mundo.

LPNSN: El nuevo orden mundial anunciado por el presidente Joe Biden estÔ a la vista. La pandemia, el caos de las redes sociales, el cibercrimen y la invasión a Ucrania, son hechos y síntomas irrefutables.

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