La imagen se coló en los hogares españoles hace tres meses: cientos de cuerpos amontonados en uno de los pasos fronterizos que separan Nador de Melilla. Muchos ciudadanos se quedaron sobrecogidos con los vídeos de 1.600 personas golpeadas en un intento masivo de llegar a Europa. LaSexta ha viajado a Melilla para reconstruir la historia de cuatro de esas víctimas a través de los testimonios de familiares y amigos que sí lograron cruzar. 23 personas perdieron la vida, según las autoridades marroquíes (40 según algunas ONGs como Caminando Fronteras). Más de 70 siguen desaparecidas. Más allá de las cifras, en un reporte de Sergio Illescas en LaSexta, se ha puesto nombre a 'Los Nadie'.
La aventura de Mohamed Salah y su primo Moustapha Ali Ibrahim arrancó el 1 de septiembre de 2020. Primero cruzaron la frontera del norte del Chad con el sur de Libia, y para atravesar el desierto que les separaba de Trípoli, su primer destino, contrataron a unos guías locales que aseguraban conocer el terreno.
Al llegar a Bani Walid, a 250 kilómetros de la capital, les explicaron que harían una parada para recoger gente. Los metieron en una pequeña habitación de una vivienda y les pidieron que esperaran allí. "Pero en vez de otros migrantes, llegaron unos señores con barbas largas y kaláshnikov. Nos dijeron que fuéramos poniéndonos en contacto con nuestras familias para que reunieran 1.500 euros por cada uno de nosotros, porque si no pagamos, no saldríamos de allí", indica Moustapha, que pasó en ese pequeño habitáculo con su primo la friolera de 4 meses.
"Nos daban solo un plato de macarrones al día y palizas por la noche… Aún así, mi primo, era muy protestón y se pasaba los días gritándoles que no teníamos dinero para pagarles, que no podían tenernos allí encerrados. Como castigo, lo desnudaban, lo ataban de pies y manos, prendían una botella de plástico y derramaban la sustancia derretida por su espalda", relata.
Libia es un auténtico infierno para los migrantes que pasan por ahí, nos explica el analista Sani Ladan. Sobre todo Trípoli. La inestabilidad de este "estado fallido", tras el derrocamiento de Mohammad Gadafi, ha llevado a algunos milicianos a dedicarse a lo que él denomina 'la caza del migrante'. "Salen a cazarlos por la noche, los meten en tarquinas y les hacen pedir dinero a sus familias… O los venden como si fueran ganado en algunos mercados. Es demencial", manifiesta. "Tampoco olvidemos que desde el gobierno Italiano se hacen aportaciones económicas a Libia para que, entre comillas, frenen la migración. A veces son los propios guardacostas los que fletan pateras con migrantes, para después frenarlas. De alguna manera tienen que justificar que hacen su trabajo y que el dinero está bien invertido. Al final es como un pez que se muerde la cola. Muchos países europeos invierten en países norteafricanos para que les hagan el trabajo sucio, ese trabajo que se suele pasar por alto los derechos humanos, un trabajo cruel e inhumano", añade.
Bishara Ibrahim Idriss y su primo Mohamed Faisal también pasaron por el infierno libio. Fueron arrestados más de cuatro veces. "No respetaban que fueras menor de edad. Llegamos a hablar con la delegación de la ONU en Trípoli tras el primero de los secuestros. Les decíamos que necesitábamos ayuda, que no teníamos ni para comer, ni dónde dormir, ni ningún tipo de recurso económico. Nos prometían una cita que nunca llegaba y, en esas esperas, nos volvían a encarcelar", destaca Faisal.
Así estuvieron año y medio. Incluso llegaron a intentar cruzar a Italia en una patera pero la guardia costera los detuvo. Cuando consiguieron el dinero suficiente para atravesar Argelia y Marruecos, su aventura no fue mucho más agradable. Eran días de dormir a la intemperie y de evitar toparse con policías o militares. "A veces nos pillaban los mehanis y nos obligaban a que nos pegáramos entre nosotros. Si no lo hacíamos, nos enfrentábamos a que nos pegaran con palos", describe nuestro narrador con voz temblorosa. Fueron meses duros.
Intentaron varias veces cruzar la valla con España. Tanto por Nador como por Ceuta. Sin éxito. No desistieron aunque sabían que el precio que tenían que pagar si los cazaban sería enorme. "Te tienen 12 horas sin comer y luego te trasladan a un lugar fronterizo del sur de Marruecos como Chichaoua o Zawiya. Desde allí tienes que volver a empezar y estás deshidratado y hecho polvo". En mitad de estos vaivenes en Marruecos, se enteraron de que la madre de Bishara había muerto.
Mohamed Salah y Moustapha Ali Ibrahim tardaron siete meses en salir de Libia; cuatro para que su familia reuniera el dinero para pagar a sus captores a través de préstamos y la venta de lo poco que tenían -ganado, tierras, etc…- y tres para reponerlo trabajando. Tras esas jornadas laborales en fábricas, trataban de dormir dentro de las mismas naves. Ni se planteaban salir a la calle. Estaban aterrados por la idea de que volvieran a apresarlos. Para llegar a Argelia tuvieron que caminar 27 días. "Tomábamos solamente cous cous con un poco de agua, para poder sobrellevar el camino", dice Moustapha.
Trataban de pasar desapercibidos para las fuerzas de seguridad. Para cruzar a Marruecos tenían dos rutas: una corta de dos horas y una larga en la que daban un rodeo de más de dos días por pueblos fronterizos. En la corta les pilló la Policía argelina y les quitó el poco dinero que habían conseguido reunir para proseguir con su viaje. Vuelta al punto de partida. Les tocó intentar la ruta larga.
Cada día cientos de migrantes se someten a ese juego del ratón y el gato con la Policía y los militares. Muchos ciudadanos norteafricanos también les ponen palos en la rueda. Por ejemplo, Mohamed Sandal y Myasar Abdelkarim cogieron un autobús desde Rabat hasta Nador, y cuando quedaban 150 kilómetros, a la altura de Guercif, el conductor les dijo que se bajaran porque había un puesto fronterizo, que trataran de cruzarlo a pie, ya que así sería más fácil. "Nos aseguró que nos esperaría al otro lado, junto a una torre que podíamos ver desde el autobús. Cuando cruzamos y alcanzamos el punto de encuentro, vimos cómo el autobús pasaba por delante de nuestras narices, sin parar. Nos dejó tirados", detalla con tristeza Sandal.
El analista Sani Ladan considera que más allá de la corrupción policial, hay un problema que azota el norte de África: la negrofobia. "Mucha gente tiene interiorizado ese odio al negro. Yo he hecho también mi ruta y cuando llegabas a muchos pueblos de Marruecos, los niños te tiraban piedras. En muchos lugares forma parte del ADN", desarrolla.
Tras muchos meses de sufrimiento todos nuestros protagonistas alcanzaron los montes de Nador en los que se refugian miles de subsaharianos antes de dar el salto a la valla. Es la última parada del viaje. Destino Europa.
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